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Al pan, pan y al vino, vino
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Al pan, pan y al vino, vino
Por Carlos Mayora Re*
Viernes, 6 de Enero de 2012
* Columnista de El Diario de Hoy.
carlos@mayora.org
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=50839&idArt=6527243
Viernes, 6 de Enero de 2012
El castellano es un idioma muy rico, pero como todas las lenguas, es prácticamente imposible que agote la realidad en el vocabulario al uso.
La campaña puesta en marcha por Conasida, orientada a atajar la difusión del Sida, cela un interrogante de no poca importancia: ¿cómo separar los juicios de valor en la designación de las personas, de los juicios de hecho que se manifiestan por medio de los conceptos?
Se ha dicho bien que no hay, en sentido estricto, hechos sin más. Cada vez que nombramos algo, cada vez que manifestamos nuestra opinión por medio del lenguaje, los juicios de valor y los juicios de hecho van siempre entreverados. Es prácticamente imposible obviar dicha cuestión.
Por eso, me he tomado la tarea de acudir al diccionario y constatar el significado que la Real Academia de la Lengua da a algunas de las palabras que se utilizan en esa propaganda, pues la gran diferencia que debe establecerse está entre etiquetar, que tiene una evocación emocional, y nombrar, que tiene una connotación de mera comunicación.
Así, los sustantivos "heterosexual" y "homosexual" significan algo muy determinado. De la misma manera que "homofobia" y "dogmatismo" han adquirido una carga emocional específica. "Lesbiana", "travesti", "transexual", "gay", etc. Significan algo muy determinado, y mientras no sean sustituidas por otras palabras, no encuentro otros términos para designar lo que en puridad significan.
Pienso que estamos de acuerdo en que toda persona tiene una dignidad infinita, precisamente por el hecho de pertenecer al género humano. Lo que pasa es que desde tiempos inmemoriales, el lenguaje ha sido utilizado como instrumento de dominio por medio de una transmisión de sentimientos, de violentar la realidad para adecuarla a una ideología o perspectiva determinada.
Así, lo que ahora pasa con esos términos que se están tratando de introducir al lenguaje cotidiano, despojándolos de sus connotaciones peyorativas, ya pasó hace muchos siglos con palabras como "noble" y "plebeyo", "criollo" y "peninsular", "blanco" y "negro" (refiriéndose a cuestiones racistas específicamente), etc. Pero no cambiaron a fuerza de decretos, ni propaganda, sino de crecimiento en humanidad.
Si el objetivo de la campaña es tratar de evitar que se menosprecie a las personas por sus preferencias en relación a algo tan propio de los seres humanos como la realidad del género y de la sexualidad, podría colegirse que es un empeño correcto. Sin embargo, si de lo que se trata es de equiparar sin más a las personas por medio del vaciamiento de contenido de las palabras, y trastocar su significado, entonces se cae en el mismo tipo de violencia que en teoría se quiere evitar.
Siempre habrá hombres y mujeres, niños y niñas… Pretender que se hable de manera banal, sin distinciones al respecto, es violentar la realidad. Una persona homosexual no deja de ser persona por su orientación sexual, pero su comportamiento, valores, preferencias, sensibilidad, etc., estarán indefectiblemente matizados y mediados por el modo en que conceptualiza la familia, el papel del Estado en la tutela de derechos, etc.
Desde siempre, también, los estados totalitarios se han preocupado y ocupado de cambiar la manera de pensar de las personas (a su favor, claro), y de introducir nuevos términos o vaciar de contenido las palabras "políticamente incorrectas".
Por eso, me parece importante estar conscientes de que para entendernos y comunicar, no hay nada más efectivo que llamar al pan, pan, y al vino, vino. Lo contrario, tiene todas las trazas de una falta de respeto no sólo para todos en general, sino también para esas personas que, por minoría, no dejan de ser, precisamente, personas.
La campaña puesta en marcha por Conasida, orientada a atajar la difusión del Sida, cela un interrogante de no poca importancia: ¿cómo separar los juicios de valor en la designación de las personas, de los juicios de hecho que se manifiestan por medio de los conceptos?
Se ha dicho bien que no hay, en sentido estricto, hechos sin más. Cada vez que nombramos algo, cada vez que manifestamos nuestra opinión por medio del lenguaje, los juicios de valor y los juicios de hecho van siempre entreverados. Es prácticamente imposible obviar dicha cuestión.
Por eso, me he tomado la tarea de acudir al diccionario y constatar el significado que la Real Academia de la Lengua da a algunas de las palabras que se utilizan en esa propaganda, pues la gran diferencia que debe establecerse está entre etiquetar, que tiene una evocación emocional, y nombrar, que tiene una connotación de mera comunicación.
Así, los sustantivos "heterosexual" y "homosexual" significan algo muy determinado. De la misma manera que "homofobia" y "dogmatismo" han adquirido una carga emocional específica. "Lesbiana", "travesti", "transexual", "gay", etc. Significan algo muy determinado, y mientras no sean sustituidas por otras palabras, no encuentro otros términos para designar lo que en puridad significan.
Pienso que estamos de acuerdo en que toda persona tiene una dignidad infinita, precisamente por el hecho de pertenecer al género humano. Lo que pasa es que desde tiempos inmemoriales, el lenguaje ha sido utilizado como instrumento de dominio por medio de una transmisión de sentimientos, de violentar la realidad para adecuarla a una ideología o perspectiva determinada.
Así, lo que ahora pasa con esos términos que se están tratando de introducir al lenguaje cotidiano, despojándolos de sus connotaciones peyorativas, ya pasó hace muchos siglos con palabras como "noble" y "plebeyo", "criollo" y "peninsular", "blanco" y "negro" (refiriéndose a cuestiones racistas específicamente), etc. Pero no cambiaron a fuerza de decretos, ni propaganda, sino de crecimiento en humanidad.
Si el objetivo de la campaña es tratar de evitar que se menosprecie a las personas por sus preferencias en relación a algo tan propio de los seres humanos como la realidad del género y de la sexualidad, podría colegirse que es un empeño correcto. Sin embargo, si de lo que se trata es de equiparar sin más a las personas por medio del vaciamiento de contenido de las palabras, y trastocar su significado, entonces se cae en el mismo tipo de violencia que en teoría se quiere evitar.
Siempre habrá hombres y mujeres, niños y niñas… Pretender que se hable de manera banal, sin distinciones al respecto, es violentar la realidad. Una persona homosexual no deja de ser persona por su orientación sexual, pero su comportamiento, valores, preferencias, sensibilidad, etc., estarán indefectiblemente matizados y mediados por el modo en que conceptualiza la familia, el papel del Estado en la tutela de derechos, etc.
Desde siempre, también, los estados totalitarios se han preocupado y ocupado de cambiar la manera de pensar de las personas (a su favor, claro), y de introducir nuevos términos o vaciar de contenido las palabras "políticamente incorrectas".
Por eso, me parece importante estar conscientes de que para entendernos y comunicar, no hay nada más efectivo que llamar al pan, pan, y al vino, vino. Lo contrario, tiene todas las trazas de una falta de respeto no sólo para todos en general, sino también para esas personas que, por minoría, no dejan de ser, precisamente, personas.
* Columnista de El Diario de Hoy.
carlos@mayora.org
http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=50839&idArt=6527243
Isabel
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