El lenguaje que nos identifica
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El lenguaje que nos identifica
Durante el primer año de nuestra vida, empezamos a conformar nuestra identidad como integrantes de una familia inserta en una comunidad de cultura y lenguaje. Esta tarea continúa durante toda la vida. Aunque chicos, percibimos mensajes de la sociedad que valora o desvalora cómo somos. Nuestra familia y la comunidad pueden reforzar o debilitar esta idea.
El lenguaje es factor de identidad, que nos une al pasado y proyecta al futuro. Es un vínculo de símbolos que aglutina a la comunidad, que comparte el mismo código. No sólo es un método de comunicación, lo trasciende, porque es una institución social, lazo incuestionable que nos une al pasado, que lo mantiene gravitando sobre nuestra actualidad.
La lengua es un inventario que los hablantes no pueden modificar, sólo emplear a través del habla, es decir, el conjunto de emisiones que los hablantes producen gracias al inventario del que disponen. Este concepto fue modificado por Noam Chomsky, que entiende la lengua como el sistema interiorizado que poseen los hablantes, capaz de generar sus realizaciones lingüísticas. El hablante las evalúa gracias a la competencia, o sea, al dominio inconsciente que tiene de su lengua.
Debemos ser promotores y formadores del lenguaje, en cuanto somos integrantes de la comunidad hablante. Decía Borges: “El lenguaje no lo hace la academia, ni el poder, ni la iglesia, ni los escritores. Al lenguaje lo hacen los cazadores, los pescadores, los obrajeros, los campesinos, los caballeros y los tipos sinceros. Hay que acudir a las bases, donde se forma la lengua”. Hablar claro y en buen idioma nos da la identidad.
Era postmoderna
La postmodernidad se abre a la difusión de identidades; el individuo se articula en respuesta a una diversidad que lo requiere: identidades de género y sexo, étnicas y raciales, generacionales y de roles familiares, identidades adscritas a estilos de vida y actividades de ocio y creatividad, otras relacionadas con preferencias profesionales, espirituales o religiosas, identidades nacionales, lingüísticas. Todas tienden a diluir sus fronteras. En el caso de la lengua, la globalización acentuada por Internet, hace que el bilingüismo distinga gran parte de los países desarrollados. Hemos ganado en incorporación de términos, conceptos, usos adquiridos. Hemos perdido por la desvalorización de la propia lengua frente al inglés y su preeminencia en gran parte de sitios y páginas más visitadas de la red.
Cepas
Nos hemos distanciado de nuestras raíces. Cada día se agrandan las distancias generacionales. Los abuelos no se ocupan como antes de culturizar a sus nietos a través de relatos familiares, folclóricos, tradicionales. Son escasos los hogares en los que se transmiten las costumbres, afectados también por los nuevos modelos de familias en los que las relaciones poseen complicadas estructuras por la formación de sucesivas parejas por parte de los progenitores y la pérdida de los valores. Asistimos a una aculturación forzada por los medios de comunicación, en la que los hijos aprenden términos de uso común en otras latitudes ignorando las equivalencias idiomáticas de nuestro país.
La pauperización de ideas
El lenguaje se construye a partir del pensamiento. Cuanto más pobre sea el desarrollo del pensamiento, más pequeño será el caudal de ideas y vocablos que expresen esas ideas. Así, el abuso de la televisión, la falta de lectura que amplíe el acervo cultural, estimule el razonamiento y la imaginación, más el uso limitado de vocablos despiertan la alarma de todos los que nos preocupamos por el futuro del lenguaje.
El chat y los mensajes de texto
Ya son un recuerdo las largas cartas que escribían nuestros abuelos para comunicarse con la familia y los amigos distantes. Hoy todo exige velocidad. A la facilidad con que nuestros jóvenes entablan relaciones con sus pares de todo el mundo, se opone la poda y distorsión del lenguaje. Lo más perjudicial para los propios jóvenes es que trasladan esta forma de comunicarse a todos los ámbitos, inclusive en la escuela, y provocan conflictos con los docentes y deterioran su comunicación con la comunidad, que no los comprende.
Hoy es muy difícil establecer fronteras lingüísticas. Ya es arduo establecer los límites territoriales, que en algunos casos son más virtuales que geográficos, por lo tanto es una utopía intentar definir una línea taxativa entre lenguajes que se encuentran en intercambio. Muchos caracterizan esta época como de bilingüismo.
El Castellano
La lengua de Cervantes, oficial en más de 20 países, es el idioma materno de 400 millones de personas, y otros 100 millones lo hablan como segunda lengua, de acuerdo con la Universidad de México. A fines de la comunicación internacional, el español es el segundo idioma del mundo después del inglés. Pero en cantidad de hablantes se ubica cuarto después del mandarín (que hablan 1.000 millones de personas en China), el inglés (500 millones), y el hindi (480 millones de hindúes). Hoy, muchos eligen el español como segundo idioma, e inclusive está de moda aprenderlo en la Argentina por las ventajas económicas (favorecidos por el cambio) y la calidad de enseñanza es similar a la brindada en España. Mantener y aumentar el número de hablantes, sin embargo, no es suficiente para asegurar la conservación de la identidad cultural de la cual la lengua es portadora.
Preservar nuestra lengua es resguardar la libertad de pensamiento, una particular manera de ver la vida, una identidad cultural que trasciende lo lingüístico y abarca los más variados aspectos. No debemos caer en el purismo a ultranza, que nos aísle perjudicando el intercambio en diversos órdenes de la vida, pero tampoco en la molicie, que termine por borrar las huellas de nuestro lenguaje.
Mabel Pruvost de Kappes. Argentina. Técnica Superior en Gestión y Administración de la Cultura por la Universidad Nacional del Litoral.
Isabel
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