Güisqui no gustó, ¿gustará pirsin?
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Güisqui no gustó, ¿gustará pirsin?
¿Qué tienen en común palabras tan castizas como jamón, charlar, aceite, bloque o, sin ir más lejos, español? Que todas son de origen extranjero. De hecho, los primeros en usar la palabra español, tomada del provenzal, fueron los inmigrantes francos que vivían en Aragón y Castilla a finales del siglo XII. El término había nacido un siglo antes para designar a los hispanogodos que habían cruzado los Pirineos buscando refugio tras la invasión árabe. Durante un tiempo llegó incluso a rivalizar con la forma españón, un gentilicio en la estela de bretón y gascón. Jamón, por su parte, desbancó a la primitiva forma castellana pernil —que subsiste en catalán y en portugués—, porque los hablantes prefirieron para la pierna de cerdo la derivación del jambe francés (jambon), que la más remota de perna latina.
La base del español procede mayoritariamente del latín, introducido en la península Ibérica a finales del siglo III a. C., durante la romanización. Si a la aportación latina se le suman algunas palabras de origen prerromano —que estaban aquí— y otras de origen germánico —que llegaron con los godos—-, ya tenemos el llamado léxico patrimonial, es decir, el que nació con la lengua. Mejor dicho, con el que la lengua nació.
Si a eso se le añade el llamado léxico adquirido, fruto de las aportaciones de otros idiomas, se completa la fotografía del vocabulario español. El diccionario de la RAE contiene 88.000 palabras. Según los filólogos, el léxico total de una lengua se calcula añadiendo un 30% al recogido en los diccionarios. Con todo, el hecho de que una palabra salga del DRAE no supone su desaparición total. Así, el Diccionario histórico, en proceso de elaboración, cuenta con unas 150.000 entradas.
Cada época tiene sus extranjerismos. El Renacimiento fue el tiempo de los italianismos, la Ilustración fue el de los galicismos y la actualidad es, sin duda, el de los anglicismos. Sus entradas en nuestro vocabulario no se llevaron a cabo sin traumas. Es ya un clásico de la tensión lingüística la crítica de escritores del siglo XVIII, como Iriarte y Cadalso, a la llegada desde Francia de vocablos como detalle, favorito, interesante o intriga. ¿Cuántos hablantes reconocerían hoy su procedencia?
Salvador Gutiérrez Ordóñez, ponente de la nueva Ortografía, elaborada por la asociación que reúne a la RAE y a las veintidós academias de América y Filipinas, resume el camino que lleva a un extranjerismo de la calle al diccionario: "La norma es que si se puede adaptar sin modificación alguna se integre directamente si tiene uso. Si su incorporación necesita un cambio, lo habitual es que pase al diccionario cuando haya una adaptación o bien a la pronunciación o bien a la ortografía españolas". A la pronunciación se adaptó bafle. A la ortografía, béisbol.
Con todo, la palabra clave es uso, la prueba de fuego de cualquier término sea cual sea su origen. "La Academia tiene unas normas generales para el léxico", explica José Manuel Blecua, que el pasado 16 de diciembre relevó a Víctor García de la Concha en la dirección de la RAE. "Se examina una época —los 10 últimos años— con documentación tomada de varias fuentes y, a ser posible, de diferentes países de habla hispana. También se tiene en cuenta el registro en que se usa: que se utilice en la lengua culta, que tenga presencia en la prensa... Es muy interesante la información que dan los suplementos dominicales de los periódicos. Reúnen la efervescencia de la lengua en toda su variación". A esto hay que sumar los movimientos de ida y vuelta de la propia RAE: "Se quitó la pe de psicología y luego nos dimos cuenta de que en la escritura la pe seguía vivísima".
Todas las palabras tienen doble vida: una oral y otra escrita.Los extranjerismos, durante mucho más tiempo. "Ese es el problema de los préstamos en todas las lenguas, el problema de pirsin, por ejemplo", dice Blecua. Dado que para la codificación interesa la vida escrita, las dudas están servidas. A veces por el lado de la escritura, a veces por el de la oralidad. En España se pronuncia fútbol y vídeo lo que en Latinoamérica es futbol y video. "La variación es connatural con las lenguas", subraya el director de la RAE. "A los hablantes les cuesta mucho entenderlo, pero es así".
Más que cualquier otro código, el pilar de la unidad de la lengua es la ortografía, que se sobrepone a la variedad léxica —pileta, piscina, alberca— y a fenómenos fonéticos como el seseo —García Márquez y Juan Marsé escriben igual cien aunque cada uno lo pronuncie de forma diferente—. En aras de esa unidad y consciente de que un sistema no puede mantenerse plagado de excepciones, la Academia propone siempre que se respeten las normas de adaptación de los extranjerismos aunque a veces lleve al límite el principio básico de cualquier idioma: la comunicación. ¿Qué demonios es un disco de yas?
"Admitir jazz sin cursiva significa que la jota tiene una nueva pronunciación", explica Salvador Gutiérrez Ordóñez, que sostiene que la forma yas está documentada. No obstante, sin tono apocalíptico, añade: "No digo que eso no ocurra. De hecho, vamos camino de ello porque estamos rodeados del inglés, el italiano, el catalán, el vasco. Ahí están palabras como jazz mismo, pero también Giovanni, Joan y Jon. Es tal la avalancha que es muy posible que eso ocurra aunque la RAE siga luchando por la adaptación".
Como recuerda él mismo, ese doble sonido ya se da con la w, que tiene una pronunciación como be —wolframio, Wagner—- y otra como u, sobre todo para las palabras de origen inglés —de web a waterpolo pasando por sándwich, que, por cierto, hasta 1927 no se impuso oficialmente al suculento emparedado. La última fórmula, además, es una alternativa relativamente reciente a adaptaciones exitosas como las que dieron lugar a váter y vagón.
La w fue, también, la protagonista de uno de los casos más extravagantes de tensión entre norma y uso. La palabra whisky no entró en el diccionario académico hasta 1984, aunque entonces, como hoy mismo, remitiera a güisqui. Y todo a pesar de que en 1963 empezó a comercializarse en España el popular DYC segoviano, que, bien es cierto, multiplicó su producción en los años ochenta.
Whisky es un extranjerismo (tomado del inglés) procedente de otro (tomado del gaélico uisce beatha, agua de vida) que se resiste en las estanterías de los bares a los consejos de la Academia. Consejos que, en el caso de güisqui, Gutiérrez Ordóñez considera fruto de un exceso de celo porque "la w y la k pertenecen a nuestro alfabeto". Efectivamente, la w fue la última letra en incorporarse al abecedario del español. Lo hizo oficialmente en la Ortografía de 1969, aunque ya en la Edad Media se empleaba para escribir nombres propios de origen germánico como el del rey godo Wamba, también transcrito como Bamba.
De ahí que la recentísima edición de la Ortografía proponga la forma wiski. "Hubiera sido lo más fácil desde el principio", afirma el ponente de la obra. "Hay que optar por una escritura española que sea lo más cercana a la palabra de origen. Si no, los hablantes no aceptan la adaptación". ¿Tiene wiski alguna posibilidad de asentarse? "No todo está perdido: en el propio inglés se dice whisky y whiskey. Si no se populariza wiski, se seguirá escribiendo en cursiva".
Hay dos fenómenos que juegan en contra de la popularización de las recomendaciones académicas, que, pendientes de la bendición por el uso, tratan de conciliar la etimología con el precepto de escribir como se habla. Esos dos fenómenos son la alfabetización universal y la globalización. Las lenguas están ahora menos solas que nunca. Es posible que la forma yas esté documentada; más raro sería que el documento fuese un disco de jazz o el cartel de un festival. Además, la globalización lingüística —potenciada por los medios de comunicación— tiene un matiz psicológico que derriba fronteras.
Según José Antonio Pascual, coordinador del Diccionario histórico, "los hablantes se resisten porque, cuando apareció, el whisky era una bebida muy moderna en comparación con el coñac. Beber güisqui suena más rancio, como si fumaras Güinston. Te separas demasiado de las otras lenguas. Además, ningún fabricante quiere usar güisqui en sus etiquetas. Su licor parecería peor, una imitación. Bastaría leerlo para decir: huy, este es el español".
Ese resorte de postín es el que prefiere croissant a cruasán, pero también el que importó un término como restaurante, que ingresó en el diccionario académico en 1803 en el sentido de "el que restaura" y solo en 1925 incorporó, en su segunda acepción, el concepto de "establecimiento donde se sirven comidas". "Era una palabra que estrictamente no hacía falta", explica Pascual. "Estaban las casas de comida y los mesones, pero sonaba más fino, como ahora brasserie, un lugar que en Francia no es ni mejor ni peor que un restaurante".
Además, la forma española de algunas palabras de origen extranjero varía según las generaciones. Así, en los años noventa del siglo pasado Disney propuso a los nietos del mundo hispanohablante que llamaran Aladín al mismo personaje que sus abuelos llamaban Aladino. A la vez, las retransmisiones de la NBA pusieron poco a poco en circulación el original basket para algo que desde 1947 se llama baloncesto. Y algo parecido sucede con el baile de Mao Tse- tung a Mao Zedong y de Pekín a Beijing. "Ninguna de esas formas es de origen español", dice José Antonio Pascual. "Una es la transliteración a través del francés y la otra, a través del inglés. Ahora los chinos prefieren el inglés".
A todo ello hay que añadir el capítulo de batallas perdidas. Una de ellas empezó a librarse en 1984 cuando el diccionario de la RAE incluyó mercadotecnia como traducción del rutilante marketing. "Esa batalla estaba perdida de antemano", reconoce Gutiérrez Ordóñez. "Hay palabras que no cuesta nada admitir. Marketing se usa en todo el mundo, hasta en japonés creo. Era un concepto nuevo y la palabra no existía en español". Tal vez la adaptación ortográfica del préstamo hubiera tenido más suerte que la creación de un término nuevo. Ya se dio entre fútbol y el calco balompié. Por dejar a márquetin en el banquillo, el marketing barrió a la mercadotecnia.
Tanto el nuevo director de la RAE como el coordinador de la Ortografía han formado parte de la comisión académica de lenguaje científico y técnico, que se reúne en la sala Lázaro Carreter. Allí cuenta José Manuel Blecua que un término como pendrive ha sido objeto de un largo informe pero que todavía está en cuarentena: "El uso es el que estabiliza una denominación. Por mucho que la Academia se intente adelantar y llamarlo, por ejemplo, lapicero o memoria USB, si la gente lo llama pendrive... Lo que puede hacer la RAE es, por un lado, ver por dónde van a ir los tiros y orientar hacia una de la soluciones; por otro, reconocer que los tecnicismos los hacen los técnicos". Es lo que ha hecho al recomendar libro electrónico frente a ebook.
La Academia Española es, como su nombre indica, Real. Es decir, reina pero no gobierna, propone pero no impone. Aunque los libros de texto suelen seguir sus indicaciones —hace años, por ejemplo, que no tildan solo—, atrás quedaron los tiempos en que su poder era ejecutivo. Como se recordó en la presentación de la Ortografía que propone Catar y mánayer, un grupo de maestros madrileños se constituyó en 1843 en Academia Literaria y Científica y acordó una reforma radical de la ortografía que se empezó a enseñar en las escuelas. Al año siguiente, para atajar la segregación, Isabel II declaró oficial el Prontuario de la RAE. Hoy una ortografía por decreto sería imposible. Pirsin o piercing, usted elige.
http://www.elcastellano.org/noticia.php?id=1678
Isabel
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