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Quienes no leen
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Quienes no leen
Elitismo para todos
Fernando Solana Olivares
http://impreso.milenio.com/node/9076412
Fernando Solana Olivares
El lenguaje es la casa del ser, dijo el último chamán intelectual de nuestros tiempos. El lenguaje es pensamiento, habla y escritura. La escritura está en los libros. La casa del ser entonces es la lectura. Y los políticos mexicanos no leen: está jodida la casa de su ser. Lo que sorprende ante el analfabetismo funcional de Cordero y Peña Nieto —y de la clase política en pleno si le preguntan, con las contadas excepciones de siempre— resulta la sorpresa que causa su flagrante ignorancia.
Sorpresa sería si hubieran leído y recordaran títulos y autores de cinco libros. El último candidato presidencial que mencionó estar leyendo literatura de verdad fue López Portillo al ser abordado por Jacobo Zabludowsky en su tumultuoso destape. “El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell”, contestó al reportero, quien le preguntaba eso no en una feria del libro sino en un acto político. Sorpresa: leía Justine, Balthazar, Montoulive y Clea. No le sirvió de mucho, es verdad, pues su gobierno fue desastroso, pero leía.
Los dos candidatos iletrados están, como dirían los esotéricos, “canalizados”: o sea diseñados y construidos para un mercado electoral donde la lectura y/o la improvisación intelectual son desconocidas. Así como las amables señoritas japonesas que reciben al público en las grandes tiendas de Tokio se desprograman al preguntárseles algo compuesto de dos frases complejas, así estos representantes robóticos y artificiales de grupos e intereses se enredan y tropiezan al hablar fuera del guión ensayado ante asesores y espejos.
A quien sí le interesaba la lectura era a Hugo de San Víctor, un autor de 1128 que escribió el Didascalicon, y al cual Ivan Illich dedica un hermoso y profundo libro analítico, en el viñedo del texto (FCE, 2002). En su introducción a lo que él mismo define como la conmemoración del nacimiento de la lectura hace más de ochocientos años, Illich afirma que el libro ha dejado de ser la metáfora raíz de la época y ha sido reemplazado por la pantalla.
No es una elegía la que el autor propone sino una definición: la lectura libresca fue un fenómeno de época, una especial interacción con la página escrita, un modo entre muchos, una vocación particular. Sobrevivirá coexistiendo con otras formas de la lectura (muchas de ellas muy dudosas: analfabetismo informático), pero lo que contiene, lo que produce en el lector y lo que le exige, según Hugo de San Víctor, la distingue drásticamente de otras formas de codificación que hoy se denominan “mensajes”.
La lectura, en esta perspectiva, es un camino hacia la sabiduría, y ésta es la primera “de todas las cosas que se han de buscar”, dice el autor medieval, que entiende a Dios como tal, como sabiduría. La lectura posee cualidades curativas porque el ser se perfecciona y sana al ir leyendo. Lo siguiente puede desanimar a cualquiera, o al revés, pero en su ascética de la lectura (ascética: un término hoy negativizado por el principio del placer) Hugo define la disciplina indispensable para ser lector.
La humildad es su principio y a través de ella el lector aprenderá tres lecciones “especialmente importantes”: no despreciar ningún conocimiento; no avergonzarse de aprender de cualquiera; al conocer, no mirar a nadie con menosprecio. “Para la disciplina es especialmente importante saber prescindir de las cosas superfluas. Como dice el dicho, una barriga prominente no puede parir una inteligencia fina”, escribe.
El lector es alguien que se hace a sí mismo en un exilio interior donde concentra su atención y sus deseos buscando sabiduría —algo del todo distinto a la mera acumulación de conocimientos—, la cual al alcanzarse se convierte, escribe Illich, en el hogar anhelado. La neurofisiología ha confirmado que la lectura produce un yo vertical, un estado de concentración atenta que puede entenderse como una iluminación mental. La literatura, por su parte, habla del despertar de la psicología de la mutabilidad cuando se lee, del afloramiento de una conciencia de participación. La filosofía trata del lenguaje como refugio del ser. Y Hugo afirma que la lectura es un compromiso que encenderá y hará brillar el yo del lector.
Sin embargo los nazis leyeron y fueron atroces; los políticos no leen y a su modo también lo son. Ilustrarse, cultivarse, conocer, sentir o imaginar no garantiza hacerse mejor persona. Pero su omisión sin duda conduce al atroz y permanente encierro del idiota en lo particular. La condición curativa e interior de la lectura tiene que ver con un sueño cultural que Ivan Illich comparte con George Steiner: fuera del sistema educativo, “que ha asumido funciones completamente diferentes”, establecer casas de lectura que, al modo del shul judío, la medersa islámica o el monasterio cristiano, provean el espacio, la guía, el silencio, la complicidad y el compañerismo para leer en forma recogida y atenta. Leer, según Hugo, es “ordenar”, interiorizar en la psique y en el sentimiento la armonía cósmica y simbólica de la creación.
Hay más en la lectura: la función de enlazar a un ser humano con otro, la capacidad para levantar un palacio interior de la memoria con grandes patios y estancias, la facultad de pertenecer a los demás, el asombro ante lo existente, el reencantamiento del mundo. Arthur Rimbaud dijo que los débiles que se pusieran a pensar en la primera letra del alfabeto caerían rápidamente en la locura. Peor cuando se sabe que la única lectura que existe es la relectura. Letal pregunta: ¿y cuál ha sido su última relectura?
fmsolana@yahoo.com.mx
Sorpresa sería si hubieran leído y recordaran títulos y autores de cinco libros. El último candidato presidencial que mencionó estar leyendo literatura de verdad fue López Portillo al ser abordado por Jacobo Zabludowsky en su tumultuoso destape. “El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell”, contestó al reportero, quien le preguntaba eso no en una feria del libro sino en un acto político. Sorpresa: leía Justine, Balthazar, Montoulive y Clea. No le sirvió de mucho, es verdad, pues su gobierno fue desastroso, pero leía.
Los dos candidatos iletrados están, como dirían los esotéricos, “canalizados”: o sea diseñados y construidos para un mercado electoral donde la lectura y/o la improvisación intelectual son desconocidas. Así como las amables señoritas japonesas que reciben al público en las grandes tiendas de Tokio se desprograman al preguntárseles algo compuesto de dos frases complejas, así estos representantes robóticos y artificiales de grupos e intereses se enredan y tropiezan al hablar fuera del guión ensayado ante asesores y espejos.
A quien sí le interesaba la lectura era a Hugo de San Víctor, un autor de 1128 que escribió el Didascalicon, y al cual Ivan Illich dedica un hermoso y profundo libro analítico, en el viñedo del texto (FCE, 2002). En su introducción a lo que él mismo define como la conmemoración del nacimiento de la lectura hace más de ochocientos años, Illich afirma que el libro ha dejado de ser la metáfora raíz de la época y ha sido reemplazado por la pantalla.
No es una elegía la que el autor propone sino una definición: la lectura libresca fue un fenómeno de época, una especial interacción con la página escrita, un modo entre muchos, una vocación particular. Sobrevivirá coexistiendo con otras formas de la lectura (muchas de ellas muy dudosas: analfabetismo informático), pero lo que contiene, lo que produce en el lector y lo que le exige, según Hugo de San Víctor, la distingue drásticamente de otras formas de codificación que hoy se denominan “mensajes”.
La lectura, en esta perspectiva, es un camino hacia la sabiduría, y ésta es la primera “de todas las cosas que se han de buscar”, dice el autor medieval, que entiende a Dios como tal, como sabiduría. La lectura posee cualidades curativas porque el ser se perfecciona y sana al ir leyendo. Lo siguiente puede desanimar a cualquiera, o al revés, pero en su ascética de la lectura (ascética: un término hoy negativizado por el principio del placer) Hugo define la disciplina indispensable para ser lector.
La humildad es su principio y a través de ella el lector aprenderá tres lecciones “especialmente importantes”: no despreciar ningún conocimiento; no avergonzarse de aprender de cualquiera; al conocer, no mirar a nadie con menosprecio. “Para la disciplina es especialmente importante saber prescindir de las cosas superfluas. Como dice el dicho, una barriga prominente no puede parir una inteligencia fina”, escribe.
El lector es alguien que se hace a sí mismo en un exilio interior donde concentra su atención y sus deseos buscando sabiduría —algo del todo distinto a la mera acumulación de conocimientos—, la cual al alcanzarse se convierte, escribe Illich, en el hogar anhelado. La neurofisiología ha confirmado que la lectura produce un yo vertical, un estado de concentración atenta que puede entenderse como una iluminación mental. La literatura, por su parte, habla del despertar de la psicología de la mutabilidad cuando se lee, del afloramiento de una conciencia de participación. La filosofía trata del lenguaje como refugio del ser. Y Hugo afirma que la lectura es un compromiso que encenderá y hará brillar el yo del lector.
Sin embargo los nazis leyeron y fueron atroces; los políticos no leen y a su modo también lo son. Ilustrarse, cultivarse, conocer, sentir o imaginar no garantiza hacerse mejor persona. Pero su omisión sin duda conduce al atroz y permanente encierro del idiota en lo particular. La condición curativa e interior de la lectura tiene que ver con un sueño cultural que Ivan Illich comparte con George Steiner: fuera del sistema educativo, “que ha asumido funciones completamente diferentes”, establecer casas de lectura que, al modo del shul judío, la medersa islámica o el monasterio cristiano, provean el espacio, la guía, el silencio, la complicidad y el compañerismo para leer en forma recogida y atenta. Leer, según Hugo, es “ordenar”, interiorizar en la psique y en el sentimiento la armonía cósmica y simbólica de la creación.
Hay más en la lectura: la función de enlazar a un ser humano con otro, la capacidad para levantar un palacio interior de la memoria con grandes patios y estancias, la facultad de pertenecer a los demás, el asombro ante lo existente, el reencantamiento del mundo. Arthur Rimbaud dijo que los débiles que se pusieran a pensar en la primera letra del alfabeto caerían rápidamente en la locura. Peor cuando se sabe que la única lectura que existe es la relectura. Letal pregunta: ¿y cuál ha sido su última relectura?
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Isabel
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