Homenaje a Max Figueroa Esteva
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Homenaje a Max Figueroa Esteva
El habla de los jóvenes
Por Max Figueroa Esteva
Max Figueroa Esteva (1942-2009), quien quedará como uno
de los más altos exponentes de la lingüística teórica
del siglo XX cubano.
Solo en cierto sentido, más bien superficial, tienen razón quienes piensan que en nuestro país, y particularmente entre nuestros jóvenes, existe cierta insensibilidad o desinterés por el lenguaje, por el cultivo de la expresión lingüística, en agudo contraste con la preocupación e insistencia de cuadros docentes y profesionales de la educación de todos los niveles y trabajadores del arte, la cultura y las ciencias en general. No hay, no puede haber un solo país en el mundo entero, muchísimo menos la Cuba revolucionaria de nuestros días, en que pueda encontrarse tal insensibilidad.
Lo que en realidad ocurre es bastante complejo. Se trata de la existencia, entre amplios sectores de la juventud (y no solo de ellos) de actitudes socialmente incorrectas, con respecto al uso del lenguaje. La vulgaridad, la chabacanería, el «desparpajo» lingüístico, que no cuesta tanto trabajo encontrar apenas salimos a la calle o asistimos a un lugar público, lejos de revelar insensibilidad o desinterés lingüístico, constituyen una clara muestra de una actitud «premeditada», enderezada a ciertos fines sociales, que solo cabe explicar a partir del reconocimiento de una elevada sensibilidad lingüística. El miembro de un grupo social cualquiera (Medio fabril, estudiantil, etc.) sabe «instintivamente» que debe observar, respetar y manipular adecuadamente las «normas» o convenciones de conducta prevalecientes en él; entre dichas «normas», las lingüísticas ocupan un lugar preeminente.
Las manifestaciones lingüísticas (entonación, volumen, timbre, pronunciación, elección de vocabulario y de tipos de construcciones morfosintácticas), no menos que el modo de gesticular, andar, vestirse, peinarse, etc., sean rigurosamente controladas por el grupo; la trasgresión es severamente «castigada»; esto lo sabe cualquier muchacho de secundaria que intente esforzarse por pronunciar las eses que normalmente se aspiran entre nosotros o que se empeñe en evitar las vulgaridades y en recurrir a un lenguaje «literario» o «selecto». El grupo reacciona de inmediato frente a tales «violaciones» mediante el rechazo y el aislamiento, así como recurriendo a la burla y aun al escarnio más destemplado, según la magnitud o gravedad de la «trasgresión». Y esto lo sabemos todos, por experiencia propia y repetida, como sabemos que los diferentes medios sociales en que nos movemos, los diferentes grupos sociales en que participamos, exigen de nosotros diferencias de conducta general y, por ende, diferencias también de conducta lingüística.
La existencia de tales «normas» de conducta, lingüística y de otro tipo, obedece a la regularidad social inexorable y nada tiene, en sí, de alarmante o de lamentable; sin ellas, no podría siquiera hablarse de vida social. Ahora bien: hay «normas» y «normas», convenciones positivas y convenciones negativas. Y por qué no, hay actitudes progresistas y actitudes francamente reaccionarias y deleznables; y el terreno lingüístico no constituye en modo alguno una excepción.
Quienes se alarman y asumen una actitud crítica ante ciertas manifestaciones de los jóvenes, o en general entre nuestros conciudadanos, oponen invariablemente un tipo de convencionalidad a otro. Y esto debe quedar bien claro: no se trata de un problema de sensibilidad versus ausencia de ella, de interés versus desinterés por el lenguaje; se trata de un problema de diferencias, a veces profundas y serias, de actitud —lingüística y social, la primera condicionada por la segunda— ante los más variados fenómenos de la vida cotidiana. Y esta problemática, por consiguiente, nos interesa vitalmente a todos.
La lengua es patrimonio de toda la sociedad, que no puede prescindir de ella. Lejos de ser indiferente o insensible a la estructura de la sociedad y a los cambios que en ella ocurren, no podemos, sin embargo, adscribirla a la supraestructura social ni a una clase específica: medio de comunicación social por excelencia, a todos sirve y de todos se nutre. Sistema complejo— tanto, que podemos definirla como «sistema de sistemas»—, la lengua está organizada en diferentes niveles de estructura (fonológico, morfológico, lexical, sintáctico) y en distintos planos (semántico o del contenido y fonético o de la expresión), y cuenta además con una rica gama de diferenciaciones estilísticas: según el tema de que vayamos a tratar, los interlocutores a quienes va dirigido nuestro discurso, el medio (oral o escrito) de que nos valgamos para la comunicación lingüística, la intención marcadamente estética de ese discurso o la ausencia de tal intención, etc., nos hallaremos en presencia de diferentes estilos funcionales.
La cultura lingüística consiste, esencialmente, en el dominio de las reglas y normas de la lengua, el conocimiento y manejo acertado de un vocabulario amplio y la mayor familiarización posible con los distintos estilos funcionales (coloquial, profesional, estético, etc.); en este sentido, se ha hecho bastante en la Cuba revolucionaria, pero, es muchísimo lo que nos falta por hacer.[...]
http://www.almamater.cu/sitio%20nuevo/paginas/universidad/2011/febrero/jovenes.html
Isabel
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